Al día siguiente José estaba puntual como siempre. Las chicas ya estaban listas para partir, por lo que inmediatamente comenzó a bajar las maletas.
Cuando terminó su trabajo, don Antonio, como propina, le entregó otro buen fajo de billetes, diciendo:
*Amigo José, toma mi tarjeta personal y si necesitas algo; por favor nunca dudes en llamarme... ¿Sí?
-Vale señor...es usted muy amable, muchas gracias!
*Más te pido que no lo hagas para que recomiende este hotel, porque espero que comprendas que eso no podría hacerlo.
-Sí... lo sé, señor, es una lástima; aunque no puedo dejar de sentir tristeza, porque el edificio es único; pues a pesar de estar descuidado, es sencillamente majestuoso... además es mi pueblo y considero que es precioso.*¡Lo sé José! El hotel tiene potencial, el lugar y sus habitantes son afectuosos, la playa es hermosa; pero por esta región no hay hoteles, que cumplan con la categoría a la cual tengo acostumbradas a mis chicas.
-Sí, señor... así es; en eso usted tiene toda la razón.
Bueno, no les quito más su tiempo, ha sido un gusto conocerlos, y haber podido servirles de ayuda.
Les deseo buen viaje.
*¡Adiós chico, cuídate mucho!
-Anita, que ya estaba abordo del automóvil, sacó la mano para despedirse de José, y le entregó un papel con su dirección, pidiéndole que le escribiera de vez en cuando.
José, sumamente emocionado, alzó la mano para despedirlos, prometiendo que pronto tendría noticias de él.
José continuó tal cual lo había hecho siempre, día con día iba frente al hotel, y se sentaba en el mismo lugar; viendo con tristeza como el edificio se deterioraba cada vez más, con el paso del tiempo.
Para esos días, el hotel no era más utilizado por los turistas... y si por suerte alguno ingresaba a recepción, al cabo de unos minutos, tomaban rumbo en otra dirección.
Un día domingo por la mañana, José amaneció triste y acongojado por el descuido en que estaba su tan querido hotel, y molesto les dijo a los empleados:
¡Ustedes son los únicos responsables, de que el hotel haya caído en desgracia, pues el servicio que prestan es de mala calidad, su comida es de tercera y la higiene es nula! Agregó también que el cliente, a quien él había conocido, le había comentado lo mismo.
Al conserje poco le importó... y a los cuatro meses, se veía un letrero donde se informaba, que el hotel estaba a la venta.
José, para ese entonces, ya tenía diez y nueve años... así que marchó a casa de sus padres, y les dijo que deseaba comprar el hotel del paseo.
-¿Cómo... que estás diciendo?
*Si lo quiero, pues siempre he estado enamorado de él; y no dejaré que nadie más lo compre.
-¡Bueno hijo, pero tú no sabes llevar un hotel, además debe de valer mucho dinero!
*Pues es mi sueño, moveré cielo y tierra y lo compraré. Me he informado y el precio es de once millones de pesetas.
*Hijo, te quisiéramos apoyar, pero nosotros tenemos quizás cinco millones ahorrados y es el dinero de toda una vida.
-Jose inclinó la cabeza y abrumado, nuevamente enfatizó:
¡Pues yo lo quiero!
Estaba determinado a hacer lo que fuese necesario; así pues, se armó de valor y se marchó a una cabina telefónica... llevaba consigo, solamente sus sueños y la tarjeta que don Antonio le había dado.
Con las manos temblorosas, pero sin dudarlo marcó el número y alguien contestó la llamada...
*¿Buenas tardes... con quién desea hablar?
- Buenas tardes, para usted también. ¿Por favor, comuníqueme con don Antonio?
*De parte de quién?
-Dígale que soy José, el chico del bordillo de enfrente... él comprenderá?
*La mujer que contestó el teléfono, dijo: ¡Don Antonio, le llama alguien que dice ser el chico del bordillo de enfrente! ¡Ja, ja, ja!
El señor sabía de quién se trataba, así que tomó la llamada.
*¡Hola... qué grata sorpresa! ¿Cómo estás, amigo?
-Muy bien Don Antonio, más he abusado llamándole para pedirle un gran favor.
*¿Qué quieres... dime muchacho?
-Quiero comprar el hotel, lo están vendiendo, más usted sabe que desde pequeño he amado ese lugar, razón por la cual siempre pasaba mi tiempo libre allí.
*¿Cuánto es el precio que están pidiendo por el hotel?
-Es de once millones de pesetas, señor.
Después de un breve silencio, en el cual don Antonio meditó acerca de la propuesta, respondió:
*José, te ayudaré, será únicamente porque tengo la certeza, de que a pesar de tu corta edad, eres un hombre correcto.
-Por supuesto don Antonio, si usted me apoya... haré todo lo que esté en mis manos, para que el hotel crezca.
*José, ¿Estás consciente que deberás trabajar arduamente.?
-Por supuesto, señor, al trabajo no le tengo miedo;
*Eso precisamente es lo que deseaba escuchar mi querido José.
Te ayudaré porque soy testigo del amor que profesas por ese lugar y sé que pronto lo levantarás. Por el momento, contacta al dueño para decirle que no lo ofrezca más que lo compras.
Por mi parte, no podré quedarme para apoyarte en la toma de decisiones, no obstante, puedes llamarme en el momento que consideres necesario; y estaré presto para asesorarte.
Deberás ser muy astuto e inteligente, en el manejo de la administración del hotel; de forma tal que sea uno de los mejores de la ciudad.
Si acatas mis consejos, y trabajas con esmero, seguro estoy que este hotel se mantendrá lleno... y posiblemente muchos huéspedes se quedarán por tiempo prolongado; y por supuesto, a mis modelos les encantará la idea de visitar más a menudo tu pueblo, pues con una estancia cómoda, ellas no tendrán reparos para trabajar.
José apenas podía creer lo que estaba escuchando, así que entusiasmado le expresó a su beneficiario, su gratitud por la confianza depositada en él; prometiéndole que le haría sentir orgulloso, pues dicha empresa sería un éxito total.
Don Antonio se limitó a decir:
No me agradezcas nada... lo que deseo es que, con tu desempeño, me lo demuestres, y me hagas sentir que tomé la decisión acertada.
Continuará...
*Enrique Nieto Rubio*
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