viernes, 3 de agosto de 2012

.El Rey y sus hijos gemelos (Cuentos) de Enricostro.

 Érase una vez, en la ciudad de Antras, en las afueras de la ciudad, en una montaña muy alta.


 un castillo inmensamente grande, allí vivía el Rey, que tenía dos hijos gemelos de dos años.

La madre murió al dar a luz, y los niños fueron creciendo.
 Un día el rey iba en su gran corcel, un caballo blanco hermosísimo, con una brecha negra en la frente.

Iba con sus hijos bajando aquella cuesta empedrada que rodeaba el castillo y toda la montaña.

Esa mañana, sería un día negro para el rey, pues de pronto una gran serpiente de dos cabezas, les salió al paso, su caballo se asustó desbocándose, y cayeron los tres al suelo.

Se dio lugar una gran tormenta de niebla y no se veía nada; por lo que el rey perdió el rumbo hacia palacio.

 
Los criados, al ver que el rey tardaba, alertaron a la guardia real y estos salieron inmediatamente a buscarlos. Pero era imposible porque la visibilidad era casi nula; al cabo de unas horas observaron en la distancia, que se acercaba con dificultad, estaba malherido.

El rey traía en brazos a sus dos hijos, quien se encontraba en condiciones delicadas, el otro, por su parte, apenas tenía unos cuantos moretones y rasguños.

Pasaba el tiempo, pero el niño no mejoraba, el rey tomó al niño y lo llevó a un monasterio que había en el pueblo; los monjes lo examinaron y le encontraron muy enfermo.

El rey lo dejó al cuidado de los frailes, ya que ellos tenían más medios que él para que se curara.

Transcurrió el tiempo y el rey iba todos los días a verlo, hasta que un buen día el monje le dijo:
¡Su hijo quedará incapacitado... será cojo!

El rey respondió:

¡El niño se quedará en el monasterio para siempre, pues no quiero un tullido en el reino!

El rey visitaba al niño, pero solo a escondidas... se situaba detrás de una marquesina enrejada con hiedra, y lo veía en el patio andando cogito y un poco encorvado.


El rey convencido de que era lo mejor para su hijo, les informó a los monjes que el niño permanecería a su amparo, y que todos los meses les pasaría una manutención de nueve mil reales.

Así los dos hermanos fueron separados para siempre, y creciendo sin saber nada uno del otro. Aunado a esto, el rey dio orden de que el niño no supiera nunca que era un príncipe .

El pequeño fue creciendo sin saber que tenía un hermano.
Un día el príncipe, que vivía en el palacio, se convirtió en un gallardo caballero, joven, muy simpático a sus dieciocho años de edad. Él gustaba de dar paseos por la ciudad y un día las campanas del castillo comenzaron a tronar, estrepitosamente... tal acto era cuestión de alarma.

El príncipe al oírla se volvió bruscamente, y con su caballo atropelló a un frailecillo que andaba por la calle; el príncipe a pesar de la urgencia que llevaba... inmediatamente se bajó del caballo y se dirigió hacia el fraile preguntándole:
-¿Cómo estás?

El fraile respondió que se encontraba muy bien, y que no se preocupara.

El príncipe le dijo, que era un alivio... y que lamentaba retirarse de forma inmediata, más su presencia era urgente en el castillo, pues su padre lo necesitaba.

Cuando llegó al castillo, le informaron que su padre había muerto, pues ya era muy mayor .

Se oficiaron los actos fúnebres, y el príncipe lo enterró con profundo dolor, pues no tenía a nadie más en el mundo.

Como dice el refrán..."Muerto el rey... viva el rey"; por lo que a los pocos días, coronaron al joven príncipe, haciéndolo Rey de Antras.

El nuevo rey, desde que atropelló al frailecillo, tenía unos sueños extrañísimos; pues soñaba que jugaba con otro niño cuando era pequeñito.

Una mañana se levantó sobresaltado y sudando, se dirigió hacia el cobertizo, y mirándose en el espejo, recordó que el frailecillo era igual que él. Eso le llamó la atención desde que le vio, y se preguntaba cómo podía suceder algo así.
Un día llamó a su guardia real y salieron en sus caballos; se dirigieron al monasterio en busca del frailecillo; pero esa misma mañana, el joven se había dirigido hacia las montañas.

 Allí había un pueblecito muy pobre, donde los pobladores lo estaban pasando muy mal; así que los frailes habían decidido visitarles para donarles un baúl lleno de monedas de oro y de esta forma, pudiesen paliar la carestía del pueblo. 

El frailecillo. Era muy conocido por los lugareños; siendo que desde los ocho años de edad, ayudaba a los menesterosos; pues en sus aposentos siempre tenía, una caja de madera labrada, con una corona real. y llena de monedas de oro. Desde pequeñito.

 con estas pertenencias, le preguntó a uno de los frailes:
¡hermano, yo puedo hacer lo que desee con ese dinero.!.y este le dijo: que por supuesto, que él podía disponer, como quisiera, de esos bienes, pues son suyos,

El frailecillo emocionado respondió: ¡Gracias hermano mayor, muchas gracias!

Salió a toda prisa, sin que para ello su cojera le impidiera correr, al punto de casi alzar el vuelo; parecía un ángel...

Era una persona muy fácil de querer, pues siempre andaba feliz y corriendo por los alrededores del monasterio;

Razón por la cual, tenía muchos amigos que le querían y aceptaban... inclusive cuando jugaban a la pelota, o practicaban alguna actividad, en donde fuese necesario correr... jamás le hicieron de menos a causa de su incapacidad.

Cuando el chico fue creciendo, se percató de que a veces sus amigos lucían tristes y cansados... así que un día les preguntó:
¿Qué os pasa?
Ellos le comentaron: que en casa no tenemos para comer, y por ello no contaban con el ánimo y fuerzas, ni siquiera para jugar.
-¡Diantre!... Exclamó el frailecillo... esperadme que no tardó más que unos minutos. 

Cuando volvió la plaza estaba llena, y preguntó a todos los presentes, quienes tenían hambre... y todos al unísono levantando la mano... gritaron... Yo... yo... yo.

-Pues bien, les dijo: Deseo que me acompañéis a la panadería.

Cuando llegaron le pidió al tendero.

¿Señor tendero, pan para todos, y ese chorizo que cuelga ahí tan solito, a Y esa morcilla tan negra que nadie la quiere.?
Todos jubilosos reían y hasta cantaban... se sentaron alrededor de una fuente, y tal cual había ordenado el frailecillo, a todos les dieron de comer en abundancia, el pan estaba recién salido del horno y se pusieron hasta las botas...es un decir... porque la mayoría iban descalzos.

Por lo que después de comer y compartir un buen rato; el frailecillo demostró, una vez más, su excelente condición y humanidad;

 aprovechando que llevaba consigo una bolsa llena de dinero, los llevó a la zapatería y les compró calzado a todos. Después de eso, pasaron toda la tarde jugando a la pelota, la cual estaba confeccionada de trapos viejos.
Ya entrada la noche, uno de sus hermanos frailes, salió a la puerta y le dijo:
¿Frailecillo es que no piensas venir nunca o que.
?

Él se despidió de sus amigos, y cuando ingresó a casa, le comentó al hermano mayor: ¿Qué satisfacción más grande, ver las caras de esos niños, les ha vuelto la sonrisa y la alegría?

No sé si me he pasado, y espero que lo juzgues tú... luego le contó lo sucedido. Le dijo que ellos estaban muy necesitados y que hubiese muerto de pena si no les hubiese podido ayudar.

También les he dicho que si sus mamás, no tienen alimento o medicina... que no duden en venir al monasterio. ¿Les vamos a ayudar verdad.?

-¡Bueno, les ayudaremos y trataremos de hacer lo que podamos por ellos!

Siiiiii. ¡Podríamos, con el dinero de mi caja, hacer un listado de alimentos básicos; tal vez comprar pan y huevos, así como legumbres y garbanzos!
 
-¿Será como tú deseas, pero lo haremos todo con un horario establecido, y tú tendrás que estar presente, porque tú lo has ideado, todo vale?
¡Sí... si gracias hermano mayor! ¡Verás qué contentos se ponen todos!

Al día siguiente, el frailecillo salió a jugar, y cuando iba para la plaza, se encontró a una mamá con una pequeña en brazos.

La mujer estaba en la tienda llorando, porque el señor tendero ya no le fiaba más. La mujer tenía hambre, pues llevaba días sin comer; y su hijita estaba muy desnutrida.

El frailecillo se acercó y le preguntó:
Cuéntame... ¿Qué te pasa?
-Ella le contó que se sentía exhausta, porque no había probado alimento en días, y su pequeña por igual.
El frailecillo la animó diciendo:
¡Vente conmigo! Iremos al mercado, y compraremos lo que necesites para ti y tu hijita.

La mujer prosiguió con su relato, comentando que el padre de su hijo, la había abandonado, y aunado a ello el casero la había echado a la calle; razón por la que últimamente estaba durmiendo en el escalón de la puerta.

El frailecillo le dio una manzana, un plátano y dos peras. Ella y su hija, muertos de hambre, se dispusieron con afán a darle bocados a las frutas, hasta terminar con ellas...ni siquiera ha tirado los huesos de las peras. Han comido todo lo que han
 deseado...
El frailecillo volvió al monasterio y le ha dicho al hermano mayor, lo que le había pasado con la mujer.
-¡Oh... has obrado muy bien!

Sabes...es una mujer muy dulce y guapa... haciendo así que al hermano se le subieran los colores al rostro.

-Este respondió: ¿A si?... ¿Muy bien; algo más que contar de tus hazañas frailecillo?

Si una más, pero esta no te va a gustar.
-Venga... di cuenta ya, que me tienes en ascuas.

Como la mamá no tiene a donde ir con su hijita, y no puede trabajar en el campo... pues ha venido conmigo, y está afuera esperándonos.

-No puedo creerlo... al paso que vamos no sé qué haremos, pues no puedes llenar este lugar de personas... ¡Cada día me lo haces más difícil!

Te lo suplico, rogaba el pequeño frailecillo, prometiendo que esa sería la última vez, en que haría algo de esta naturaleza... mientras cruzaba los dedos por la espalda, pues bien sabía que seguiría ayudando a quien lo necesitara.

-Bueno, dijo el hermano mayor... hablaré con la hermana Carina; y después de una corta conversación, esta por supuesto aceptó.

Le prepararon una celda para ella y su hija, y estaban de lo más contentas y agradecidas.

El frailecillo se encontraba un tanto apenado, pues en los últimos días había gastado mucho dinero, pero para su sorpresa, al ingresar a su alcoba encontró que su caja estaba llena de dinero otra vez.

Él jamás se tomó el tiempo para reflexionar de dónde provenía el dinero; al contrario, rápidamente el frailecillo comenzó a hacer planes para el próximo día... y así se sucedían todos los días.

En fin, retomando la visita del joven rey al monasterio, cuando arribó pregunto por el fraile a quien había arrollado días antes con su caballo.

El hermano mayor mandó llamar a todos los frailes que estaban en el lugar... pero el príncipe, replicó:

-¡No...no es ninguno de ellos! ¿No hay alguien más?

El hermano mayor respondió, que en el pueblo de la sierra, esa misma mañana, había salido un padre franciscano con un joven frailecillo, y que estarían en la sierra por espacio de una semana.

El rey le dijo al hermano mayor... que necesitaba hablar con él, pues creía recordar que ese frailecillo tenía su mismo rostro.

Además, agregó que tenía conocimiento, de que su padre le entregaba al monasterio una mensualidad de dieciocho mil reales.

El hermano mayor estaba bastante sorprendido, pues era verdad que eran idénticos...no sabía qué decir, pues lo sucedido no era de su conocimiento... era cosa antigua, y él ni idea del acuerdo a que llegó el rey, con el encargado del monasterio de ese entonces.

El rey se marchó, pero no sin antes ordenar que en cuanto el frailecillo regresara de la sierra, fuese a buscarle a palacio.

El rey, al llegar al palacio, fue llamado por el notario para informarle que su padre había dejado en su testamento; en el cual dejaba ordenado que el dinero destinado al monasterio, debería de ser duplicado.

El hermano mayor, preocupado por la insistencia del rey, comenzó a investigar en papeles antiguos.

Después de mucho indagar, encontró un documento en el cual, el rey había dejado su hijo incapacitado; para que lo adoptaran los frailes. 

Ya enterado de que el frailecillo, era un príncipe, se echó las manos a la cabeza diciendo: ¡Dios mío, qué grandes son tus designios!

Cuando el joven frailecillo volvió de hacer sus obras humanitarias, el hermano mayor... esa misma noche, le envió el aviso al rey; quien no deseo esperar más, por lo que en ese mismo momento, se personó en el monasterio.

Cuando el reloj marcaban las once de la noche, arribó el rey... llamaron a la puerta del monasterio y todos se preguntaban, qué grave situación se presentaría para ser molestados a esa hora.

-Toc, toc ,toc... tocaban sin parar. ¿Quién es?
-Su majestad el rey.

Las puertas se abrieron inmediatamente, y por petición del rey, enviaron a llamar al frailecillo y los presentaron.

Han pasado al recibidor y el frailecillo, desconociendo toda la historia, se ha alegrado mucho de ver al rey.

Su majestad le preguntó si él tenía idea o una explicación de por qué se parecían tanto.

El hermano mayor interrumpió, diciendo:

-Majestad es vuestro hermano; y quiero deciros que yo me he enterado, apenas esta semana.

Su majestad, después de vuestra partida, he investigado en los archivos antiguos, y aunque trabajo me ha costado, encontrar la verdad, por fin logre hacerlo; pues debéis saber que esta información estaba, clasificada como alto secreto.

-¡Ahhh! Ahora todo está muy claro; con razón del parecido y del porqué de la entrega de este pago mensual.

El príncipe, consternado por la noticia, no podía dejar de sentirse tristemente y emocionado, por el infortunio de su hermano.

Luego de conversar por un rato, y de asimilar lo acontecido... un poco más repuesto, el rey expresó que todo estaba claro, diciendo:
¡Eres mi hermano! ¡Ven a mis brazos... que con aprecio y felicidad os recibo en mi corazón y en vuestra casa!...

Porque a partir de este momento os venís a vivir a palacio, y ocupar el lugar que os pertenece.

El joven frailecillo respondió, que era una inmensa alegría saber que tenía un hermano de sangre; agradeció la buena voluntad del rey.

Conversaron casi hasta el amanecer, y cuando el rey le dijo al frailecillo que se preparara para marchar, este le expresó que no era su deseo partir, pues su vida estaba en el monasterio, para ayudar a los más desafortunados.

-¡Ahhhh! Exclamó el rey... ¡Con que tú eres el frailecillo que va, dándole dinero a todo el mundo! Debéis saber que en palacio, no se oye otra conversación, que no se trate del buen hombre que sois.

¡Hermano mío, tenías que ser! Ven, permíteme abrazarte de nuevo, por vuestra loable labor... y déjame decirte que desde hoy trabajaremos los dos; codo con codo, para borrar la miseria, del reino que tanto queremos.
El frailecillo, profundamente emocionado, respondió:

Bueno, mi hermano... por la forma en que me lo planteáis; imposible se me hace negarme a la voluntad del rey... ¡Muchas gracias, será un placer!

- El agradecido soy yo, pues he encontrado a mi hermano, quien es un ser excepcional. Si deseas algo, solo debes pedirlo y vuestros deseos serán concedidos.

Por el momento, solo desearía que acojas a una joven mamá, con su niñito como doncella; y como sé que pronto te casarás, ella os podrá servir; pues es la persona ideal...es muy servicial, y trata con respeto y ternura a todo el mundo.

-¡Vale! Ella también será tratada con aprecio y respeto, y tendrá un lugar especial en el castillo.

Los dos hermanos volvieron a abrazarse, y partieron juntos; haciendo de su reino el más próspero de todo lugar... y fueron felices para siempre.


Enrique Nieto Rubio
*Derechos de Autor

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