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martes, 5 de enero de 2016

.Sócrates un pistolero buscando oro de Enricostro.








Sócrates, cabalgaba en busca de su oro, en su hermoso caballo; el invierno estaba por comenzar, así que iba forrado hasta los ojos.


Allá por la montaña cabalgaba, cuando al subir una de las montañas escuchó un disparo y jaleo cerca; bajó de su caballo y subió la montaña, al pie de una hondonada, vio una casa ardiendo, y un montón de indios, que salían corriendo con sus caballos.

Sócrates era persona de pocos líos, años antes había sido Sheriff de un maldito pueblo, llamado "Las Tres Horcas", nombre que se debía a tres grandes árboles, que estaban a la entrada del pueblo.


Corrió con su caballo hacia la casa, desmontó y entró rápidamente. Lo primero que hizo fue apagar el fuego, luego arrancó todas las cortinas... logrando así terminar con el incendio.

Cuando despejó el humo, vio una niña de unos seis años con la cabeza abierta de un hachazo, pero aún vivía. La tomó en brazos y la tumbó en una cama, vendando la herida... misma que dejo de sangrar, no obstante la niña no despertaba.

Buscó más personas en la casa... y en la parte trasera, encontró a un hombre muerto; supuso que era el padre.

Caminó un poco más, y tirada en el suelo, encontró a una mujer con una flecha en la espalda, quien parecía estar muerta.

Se acercó y viendo que aún respiraba, la tomó y la llevó con la niña, acomodándola en la misma cama.

Sócrates, no paraba de soplar y refunfuñar, pues lo que le venía encima era bien gordo; pues sabía que no podía dejarlas abandonadas y moribundas.


Salió a recolectar agua y se dispuso a calentarla, buscó algunas sábanas limpias y se dispuso a extraer la flecha; y como la mujer aún estaba inconsciente, fue mucho más fácil.

Para su suerte la flecha salió sin mayores complicaciones, por lo que procedió a vendarla también... y luego se sentó a esperar.

Durante la noche la mujer entró en fiebre; así que Sócrates salió en medio de la penumbra a buscar una planta medicinal, que una tribu amiga le había enseñado, era eficaz para mitigar la fiebre.

Después de caminar por un buen rato, consiguió la planta y con ayuda de su antorcha volvió a la casa. Esta planta debería de ser masticada y puesta en la herida; pero el sabor era de rayos y centellas. Colocó el ungüento sobre la herida... y poco a poco fue bajando la temperatura de la mujer.

Pasaron las horas, y tanto la mujer como la niña iban mejorando. Él salía a cazar siempre cerca de casa, para de esta forma poder vigilar en todo momento.

 
Al tercer día la niña despertó, asustada, preguntó por sus padres. Sócrates la tranquilizó, diciéndole que todo estaría bien, pero que por ahora debía de descansar.

Por la tarde la niña comenzó a caminar, e insistía en preguntar por sus padres, así como de la presencia de Sócrates en su casa.

¿Cómo está mi madre? ¿Quién eres?... ¡Dímelo!
 ¡Vale! Soy Sócrates... y tú ¿Cómo te llamas?
Mi nombre es Merián.
Es muy bonito tu nombre Merián.
¡Siiii! Me lo puso mi madre.
¿Tienes hambre?
La verdad es que mucha, que hasta la pancita me duele.
Bueno, te daré un caldo que te reanimará, y un trozo de carne que me ha quedado muy sabrosa.

Dos horas más tarde, la madre de la pequeña, comenzó a quejarse, y ambos fueron a la alcoba para calmarla.

Ella, aturdida, no hacía otra cosa que mirar a todos lados, buscando a su esposo.

Sócrates le dijo que se calmara, que todo el peligro había pasado y ahora debía de descansar.
Durante el día se fue reponiendo y en cuanto pudo se abrazó a su hija... ¡Mi niña, mi niña!

Ya un poco más repuesta, pudo sentir el agradable olor proveniente de la cocina; más, Sócrates le dijo que el aroma era de los alimentos que había cocinado horas antes. Diciendo esto dijo, que iría a cazar algo más y así cenar a gusto.

Pero hacía un frío de muerte cuando salió, porque estaba nevando... así que les dijo que no se alejaría mucho.

La mujer se dio cuenta de que no olía muy bien y aprovechando que él estaba fuera, preparó la bañera y la llenó de agua calentita; extendió la cortina que separaba el salón; y se dio un buen baño, sintiéndose sumamente relajada.

Al poco rato se escuchó un disparo del rifle Winchester... Sócrates cazó un venado, el cual cayó al instante, pues el tiro fue certero.

Cogió el venado, se lo echó al hombro y se encaminó rumbo a la casa... aligero el paso, pues entre los árboles y la maleza pudo observar a algunos indios escondidos.

Al ingresar a casa le dijo: ¡Cerrar todas las ventanas! Y él aseguró la puerta, informando a las chicas que había indios merodeando por los alrededores.

 Ni bien había terminado de decir esto, cuando los indios atacaron, por lo que presuroso Sócrates, quien tenía excelente puntería, tomó su rifle Winchester y abrió fuego.


Los atacantes no tenían la menor idea, de que el pistolero se encontraba en los alrededores, y mucho menos en la cabaña. Pues según ellos, un día antes habían dado muerte a los ocupantes de la casa; por lo que al escuchar él contra ataque, siguieron disparando.

Sócrates volvió la cabeza, para ver donde se encontraban sus protegidas; y se sorprendió, pues vio a la mujer completamente desnuda en la bañera...

Él apenas alcanzó a balbucear: Perdone, señora, mi intromisión... prosiga tranquila con su baño, que ya han comenzado a caer los indios... Solo queda uno escondido en la maleza, quizás esperando por refuerzos.

Sócrates quedó deslumbrado con belleza de Carolen, y arduo trabajo se le hacía...no volver la vista de nuevo al lugar donde se encontraba la mujer.

Pero Sócrates, que era un hombre con mundo recorrido, sabía que esa noche estarían tranquilos.
La madre de la niña se salió de la bañera, apenas con una bata.

El que en su vida se había bañado, con la punta de los dedos... tocó el agua; y como seguía calentita, se desnudó y se metió dentro... se sintió tan a gusto, que sacó su pipa y se dispuso a fumar.

Carolen... viendo esos gayumbos <ropa interior> todos sucios y roídos, los cogió y los echó directamente a la chimenea que estaba encendida; y ardían muy bien.

Él apenas miró de reojo desde la bañera, se sonrojó, pero siguió disfrutando muy tranquilo.

Carolen tomó del armario ropa limpia de su marido y la colocó junto a él.

Por la noche comenzó a nevar intensamente, así que las ventanas al amanecer estaban tapadas, pues la nieve llegaba hasta el tejado... esto era sinónimo de que pasarían largo tiempo encerrados.

Sócrates comenzó a desglosar el venado, el cual era bastante grande, sintiéndose tranquilo porque tendrían suficiente alimento para el invierno.

Carolen tenía un baúl especial para conservar la comida; por lo que procedió a guardar el venado en trozos... al que le colocarían nieve fresca. Así pues, por el momento no tenían grandes complicaciones.

Ya entrada la noche se dispusieron a ir a descansar; él dormiría en el suelo sobre un tapete; ya que no había más de dos camas... y la de la niña, era muy chica para él.


No obstante, en el silencio de la noche y la oscuridad casi total de la casa, pues solo la tenue luz de la hoguera alumbraba un poco el entorno...la mujer no lograba conciliar el sueño,
 pensando en todo lo que ese hombre había hecho por ellas, pues les había salvado la vida, curado sus heridas y alimentado.

Al final determinó levantarse sigilosamente y susurrándole dijo: -¡Vente a la cama! ¡Compártela conmigo! Porque de lo contrario terminarás congelado.

Sócrates, ni lerdo ni perezoso, se metió bajo las sábanas; ocupando el espacio casi en su totalidad.

La invitó a acurrucarse entre sus brazos... ella tímida aceptó; para Sócrates era imposible no sentir la tibieza de ese cuerpo perfecto.

De esta forma durmieron por algunas noches, no obstante en una oportunidad estando ella de espaldas, mientras se acomodaba para dormir... dejo a la vista un poco más de su torso desnudo, y Sócrates sin poder evitarlo se acercó y comenzó a acariciarla, ella respondió dándole un beso, y la hizo suya con mucha ternura.
Por la mañana, un ruido los despertó, eran lobos que en el tejado intentaban entrar por la chimenea. Sócrates, vistiendo apenas en gayumbos largos, tomó su rifle apuntando a la chimenea y disparó¡Bang! Los lobos salieron huyendo y uno malherido chillando de dolor.

Carolen viendo la pinta que él tenía, empezó a reírse como loca y a hacer mofa de él. Ajájájá! Al caer en cuenta de cómo se miraba, imposible le fue no terminar riendo a carcajadas también. Wajájájá!

El tiempo fue transcurriendo en perfecta armonía; sin embargo, Sócrates, como era muy impaciente, no podía mantenerse tantas semanas encerrado...

Así que tomó una pala, abrió la puerta y comenzó a excavar hacia arriba, hasta la salida la niña loca de contenta salía tras él, y cuando salieron hacía un sol estupendo, se tiraron los dos en la nieve y se pusieron a hacer el ángel. Ella subió como pudo, e hizo lo mismo tirándose en la nieve.
Pasaron los meses cuando la nieve comenzó a menguar, ya para ese entonces casi podían abrir la puerta de la casa sin necesidad de utilizar la pala; y para el colmo de la alegría, madre e hija estaban completamente restablecidas.

Ese día Sócrates decidió que de nuevo tendría que ir de caza, pues los alimentos comenzarían a escasear, por lo que le dijo a Carolen: Voy a salir, por favor debes de tener mucho cuidado. Te dejaré este rifle para que te puedas defender en caso de ser necesario; y yo no me alejaré mucho de casa, para así estar pendiente de cualquier contingencia que se pueda presentar.


Pasado un par de horas, la niña se encontraba jugando con la nieve, muy cerca de la puerta; cuando de pronto divisó que, dos forasteros se encaminaban rumbo a su casa.


Uno de los hombres lleva una cicatriz enorme en la cara, y el otro es un canijo altísimo y muy feo;
la niña se asustó y salió gritando hacia la cabaña.

 
Carolen salió inmediatamente con el rifle y soltó un tiro al aire; ellos se detuvieron... y uno de ellos levantó la mano, diciendo:
-¡Señora! No queremos causar problemas, solo necesitamos un poco de agua para los caballos.

Pero Carolen quien ya no confiaba, por todo cuanto les había acontecido, estaba muy asustada, y no confiaba más, por lo que en respuesta se limitó a soltar otro disparo al aire.

De pronto apareció Sócrates, justo detrás de ellos, ordenándolos que soltaran las armas.

El hombre marcado por la cicatriz, sin volverse, preguntó: -¿Sócrates... eres tú?
Él respondió: Sí... Jonathan! Ajájájá! ¡Mi viejo amigo... eres un gran hijo &%$#! Qué susto me has dado!

Los hombres desmontaron y jubilosos abrazaron a su amigo; Carolen se quedó perpleja desde la casa, pues no sabía lo que estaba sucediendo. Conversaron un buen rato, recordando los tiempos de antaño.

Luego Sócrates les invitó a casa, les presentó a Carolen como su esposa... a lo que ella le hizo una mueca de asombro con sus cejas.

Después de conversar por el resto de la mañana, les invitaron a comer; prepararon un gran almuerzo para todos... pues Carolen era una magnífica cocinera.

Esos sujetos rudos eran casi como sus hermanos, quienes también viajaban a las montañas en busca de oro.

Al final terminaron quedándose un par de días, e invitaron a Sócrates a que se les uniera en su búsqueda; más, este les dijo que no deseaba dejar sola a su esposa y su pequeña hijita. <Para ese entonces... ellas significaban todo para el>

Después de meditarlo un poco, sus amigos le dijeron: Si es tu deseo, también podrías llevar a tu familia. Aunque al principio, tal vez, no fuesen a tener las comodidades, como las que allí tenían.

Sócrates habló con Carolen, y le comentó acerca de la oportunidad que se le estaba presentando, para trabajar en las minas; diciéndole que deseaba que ellas marcharan con él.

Carolen le respondió a Sócrates, diciendo que si era su deseo, ellas lo acompañarían a donde él fuese... y así acordaron todos juntos partir.

A la mañana siguiente, tomaron una carreta y cargaron todo lo importante... Sócrates amarró los caballos y salieron para la montaña. Como era primavera el tiempo comenzaba a mejorar... por lo que en un par de días llegaron a la mina. 

En ese lugar había dispuestas cabañas, para los trabajadores de la mina; así que ellos tomaron una en lo alto de la montaña, donde la vista era preciosa.

Sócrates comenzó a trabajar la mañana siguiente; era arduo trabajo, pues el sol era inclemente, y los días interminables... más para Sócrates era suficiente regresar a su cabaña y ver su hermosa mujer; pues se le quitaban todos los males.

Trabajo de sol a sol con afán, encontrando gran cantidad de oro; y mientras los demás mineros se gastaban todo en la cantina y en mujeres, Sócrates ahorraba toda la paga que le correspondía por su buen desempeño.

Los dueños todos los días pesaban el oro, y a todo aquel que pillaron robando, o escondiendo oro en lugares estratégicos... lo liquidarán sin preguntar. 

Por las noches, cada vez que Sócrates regresaba a casa;
después de degustar una deliciosa cena, jugaba con la pequeña, luego la acomodaba en sus rodillas hasta que se quedaba dormida.

De allí en más todo el tiempo se lo dedicaba a su amada; ya sea conversando a la luz de hoguera, amándose con pasión.

Él aprendió cada día... a amarlas más y con suma devoción; prometiendo que trabajaría arduamente, hasta tener la capacidad de comprarles un rancho grande cerca del pueblo; para así pudiesen ir de compras, conocer gente nueva, enviar a la pequeña Merirán a una buena escuela... pero sobre todo que les ofrecería un futuro prometedor.

¡Y de esta forma, mis queridos amigos; es como esta historia de un solitario buscador de oro, quien rescato a sus habitantes de una cabaña en llamas... encontró un verdadero tesoro... una familia a quien amar y cuidar!

Enrique Nieto Rubio 
*Derechos Reservados*