Enrique era un muchacho de esta ciudad; estudiante excelente y muy modesto. Romántico pero muy cortado con las chicas. Pues en la Universidad nunca se atrevió a relacionarse con nadie.
Un día, a principios de primavera, le otorgaron un premio al mejor en los exámenes, y este premio fue un maravilloso viaje a China, pues él dominaba el idioma a la perfección.
Se montó en su avión y allá marchó.
Estuvo en una gira por toda China, solo eran quince días pero fueron maravillosos.
En la última semana, vio una preciosa muchacha, de refilón, entre los jardines del parque.
Aquello fue un flechazo tremendo, corrió a verla de más cerca, pero le fue imposible, solo quedó un hermoso aroma en el aire que lo dejo superenamorado.
La buscó por todos sitios en aquel barrio, pero todo le olía a ese aroma tan especial. Enrique no podía dormir por las noches obsesionado con aquella hermosa muchacha.
Una noche hacía un calor tremendo, y decidió salir del hotel a dar un paseo por esas casas modestas pero con un encanto especial.
Pasaba por una calle cuando le vino otra vez ese aroma que hasta se les aflojaban las piernas, así como los conejos olfateando, llegó a una ventana semi obscura, pues de allí salía ese olor tan divino.
Con las cortinas no conseguía ver nada, pero esta vez fue atrevido y con los nudillos tocó el marco de la ventana, una voz suave y cálida respondió:
¿Quién es, quién llama.?
Él se asustó al oír esa voz, pero ya no había marcha atrás y dijo:
¡¡Soy yo, por favor no se asuste!!
Solo es su aroma que me disloca. Conocí ayer una señorita en el parque y es el mismo aroma que el que ella llevaba y no he podido resistirme.
Ella, asomada entre la cortina para no enseñar nada, miró a este chico y le dijo:
¡Sí!! Supongo que era yo la de ayer... ¿qué deseas?
¡¡Me dejaste enamorado y la verdad es que no me quiero ir a mi tierra, sin antes conocerte!!
¡Eres muy atrevido tú!
¡¡Ni creas... que soy bien cortado!!, pero esta noche, de luna llena, me está eclipsando.
¿Así? Qué bien... a ver mírame.
Ella asomó más su cabeza por la ventana, y su gran mata de pelo negro descolgó sobre ella, él se acercó y viendo su gran belleza le dijo:
Si eres tú, estoy enamorado de ti desde que te vi, eres la mujer más preciosa de este mundo.
Ella movió la cabeza un poco diciendo:
¿Así? ¡¡no me digas!!
Y en ese mismo instante su pelo acarició el rostro de Enrique, quedando tan embobado que ya no fue capaz de expresar una sola palabra más y se sentó en mitad de la calle.
Así quedó el resto de la noche, tumbado en el suelo y mirando a la luna.
Ella, echada detrás del quicio de la ventana, quedó enamorada, al ver que él quedó allí en el suelo tumbado y sin expresar palabra alguna. Así que decidió tumbarse en su cama hasta el amanecer.
Al día siguiente Enrique no sabía bien qué ventana era la de su amada y volvió a perderse, así en sus últimos días en su salida con el grupo, esta vez, entró a la floristería de un señor muy mayor y este le dijo:
¡Tú eres el chico enamorado! ¿Verdad?
¡¡A, pues sí soy yo!! Y ¿usted cómo lo sabe?
Amigo, pues lo sabemos todos en esta ciudad, qué piensas... este lugar es pequeño y aquí se sabe todo.
Tú lo que necesitas es la Rosa de los Misterios, no es una rosa cualquiera, es mágica. ¿Sabes? Si la cuidas bien, tu amor será eterno; pero si la descuidas, tu vida será triste y amarga... así que tú mi amigo decides.
¡Sí, si por favor deme una!! La cuidaré con todo mi amor.
Así debes de hacer, pero recuerda de regarla de vez en cuando, si no morirá como tu amor.
Enrique salió de lo más de contento, pues de allí salían todas sus ilusiones.
Nada más salir de la puerta de esa misteriosa tienda, la rosa empezó a abrir sus pétalos soltando ese aroma que a él tanto le enamoraba, cuando de pronto mirando esa flor, tropezó con esa hermosa muchacha que él tanto adoraba.
¡¡Oh perdón, señorita, fue sin querer!!
¡¡Aj sí!! Dijo ella... ¿ya no me conoces?
¡¡Sí eres tú!! ¿Quieres que te acompañe?
¡¡Si vale!! Voy a realizar solo unas compras.
El chico se sentía profundamente enamorado e imposible le era quitarle la vista de encima. Le preguntó:
¿Cómo te llamas?
¡¡Me llamó Louchin!!
¿Y tú, cómo te llamas?
¡¡Enrique!! Y estoy superenamorado de ti... ¿no tendrás novio, verdad? ¡¡Si es así, me matas.!!
¡¡Ja, ja, ja!! No tengo novio... ¿qué vas a hacer tú?
¿Yo? Que más podría hacer, que pedirte que seas mi novia... estoy por ti, y no me marcharé de aquí sin ti.
¡¡Bueno chico!! Apenas nos conocemos, no crees que ¿estás corriendo demasiado?
¡¡Lo sé muchacha!! Pero para mí, es como si te conociera de toda la vida. Tu dulce aroma, tu pelo tan precioso, tus ojos hermosos, tu boca color carmesí... ¡¡todo de ti!! Me tiene muy enamorado.
Me quedaré aquí, hasta que tú me digas que sí.
¡¡Vale!! Te digo que sí... y ahora ¿qué? Ja, ja, ja.
Luego la chica con una coqueta sonrisa se despidió... salió corriendo y se metió en su casa.
Enrique quedó fuera en la calle y allí se tiró toda la mañana... hasta que decidió volverla a llamar.
Llamó a la puerta y en esta oportunidad salió una anciana.
¿Qué quiere usted?
¿Yo, yo? Tartalilleando.
¡Quiero a la princesa de esta casa!
Pues la princesa de esta casa, ¡¡solo soy yo!!, ¿me quieres a mí?
El chico no supo cómo reaccionar y guardó silencio, a lo que la anciana agregó:
¿Cómo se atreve?... ¡¡márchese!! Porque en este lugar nada se le ha perdido a usted.
Louchin, detrás de la puerta, junto con su abuela, se reían a más no poder ¡Ja, ja, ja, ja!, pues ya se lo había contado todo.
Enrique quedó cortado sin saber qué hacer, y cuando se disponía a darse la vuelta para marchar, la abuela abrió la puerta y siseando lo llamó, ish ish ish. Con el dedo le hizo una seña invitándolo a ingresar.
Louchin saltaba de la alegría y se abrazó a él. Desde entonces ya no se separarían jamás, y para no dejar sola a la anciana, que era la única familia de la chica, se quedó a vivir en China para siempre.
En los veranos, viajaban de vacaciones a Córdoba, España, y Enrique siempre se llevaba la rosa de los misterios, junto con ellos.
Se casaron y fueron inmensamente felices, y la Rosa de los Milagros le permitió vivir mil años... o quizás un poco más... ni se sabe siquiera.
Enrique Nieto Rubio.
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