Un día, con lágrimas en los ojos, me dijo:
Mi amor tengo que marchar;
pues si no puedo...
estar contigo aquí;
con mi vida solo deseo terminar.
Su cansancio era tal,
que su semblante lucía fatal...
sus lágrimas inundaron mis ojos,
y me sentí morir.
La deseaba a muerte,
y mi corazón sufría de dolor.
¿Cómo podía agarrarla?
Si no tengo ese valor.
¿Por qué cortar la flor?
más bella de un jardín?
Si con ello en tan solo cuatro días,
la vería morir.
Si ella sufría,
yo también a su lado languidecía;
mi sentir quedo ahogado...
sin aire para respirar.
Hoy los días han pasado,
y se muere mi sentir,
ya no tengo la alegría,
e ilusión para poderla desear.
Se marchitó el alma mía;
pues ya no la puedo ni amar.
Días de llantos tuvimos,
y de risas muchos más...
Noches de sueños vívidos,
y romances por doquier.
Ella fue mi linda mariposa,
a quien con tristeza deje;
pues ella volaba con dulzura,
acariciándome la piel.
No tengo idea,
y peor aún,
no sé si algún día volverá.
A veces me pregunto,
si ya se casó, o si es que me olvido.
Solo sé que no encuentro,
consuelo, para olvidar ese amor.
Porque hablando,
de mujeres divinas,
ella es la mejor.
Ella es hermosa entre las hadas,
y diosa haciendo el amor.
Que colmándome de deseos,
de dicha y de tanto sentir,
temo que hoy lejos de sus sueños...
por fin se olvidó de mí.
Y si alguien se la encuentra,
deseo sepa que fue mi querer,
y que sin importar,
que ella quizás ya no me quiera...
como a mí...
igual ella nunca, a nadie podrá amar.
Pues ella es mi bandera,
y yo el castillo a sus pies,
¡Te quiero mi dulce amiga!
donde quieras que estés!
Enrique Nieto Rubio,
*Derechos de Autor*
Colabora en imagen,
Silvia Regina Cossio Cámara.