sábado, 26 de octubre de 2013

..Francisquito El niño pastor de ovejas de Enricostro. fotos y musica de Silvia Regina




 


Zahara de la Sierra, Algodonales... Aquí, en el municipio de Zahara de la sierra, nació Francisquito.

Era un niño de una familia muy humilde, que vivía en un pequeño cortijo, cedido por unos señores; de los más ricos de la región, que se marcharon a Madrid, hacía bastantes años atrás; dejando a los padres de Francisco a cargo de todo.

Cuando Francisco nació, su madre cayó enferma, y quedo en cama muchísimo tiempo.


Su padre José, al ver que su esposa no mejoraba, y viendo que su matrimonio era una calamidad, por parte de él, que se había echado a la bebida. Se fue, a la provincia de Málaga; a vivir solo con su botella, y allí se le perdió la pista.
Juan, su abuelo, fue el encargado de llevar las riendas de la finca.
 Los señores no les cobraban nada; es más, le pagaban al abuelo, un dinero por proteger y cuidar la finca.
Francisquito, era como le llamaba toda la gente que lo conocía. Fue creciendo con su abuelito, y junto a su mamá; ella no mejoraba nada.

Ya cuando Francisquito tenía siete años, era un hombrecito muy valiente. Ayudaba a su mamá a sentarse en el porche, para que tomara el sol; y allí se quedaba toda la tarde.

Un día el abuelito le preguntó: ¿Francisquito serás capaz, de llevar las ovejas a pastar?

Francisquito respondió: ¡Claro que si abuelo! ¿No ves que ya soy grande?

Bueno, dijo el abuelo; a ver cómo te portas pillín. Llévate a Pinto, el perro guardián de ovejas, él te ayudará a controlarlas y cuidarlas.

Así lo hizo Francisquito, sacó vente ovejas esa mañana; después de sacar a su mamá al porche.

La madre, con la cabeza un poco caída, despedía a Francisquito alzando un poco la mano, y sonriéndole con esa sonrisa de madre resignada.

Ya cayendo la tarde, a Francisquito se le escuchaba venir tocando su armónica, que el abuelo le había regalado a los dos añitos.

Su madre al verlo llegar llamaba al abuelo, <con la mano>, pues su voz era muy tenue. Se acercó el abuelo a su cara y ella muy bajito le decía: ¡Míralo! ¿Parece un hombre verdad?
El abuelo respondía: ¡Sí, hija...es que ya es un hombre!


Llegando a la casa, Francisquito metió en el corral todas las ovejas, pues también le tocaba con el abuelo, ordeñarlas... pero no antes de ver a su madre, y llenarla de besos.

Le trajo un ramo de margaritas, anaranjadas, preciosas, rodeándolas de lindas amapolas.

Así continúo Francisquito, mucho tiempo. Un año tuvo que cambiar de recorrido, pues el pasto estaba más bien escaso.


Decidió irse más arriba en la sierra.
 Él, llevaba su buen petate en su mochila y llegando el mediodía; se sentó en lo más alto, y se echó sobre unas rocas; allí controlaba el rebaño mejor.

Sacó su buena tortilla de patatas... esa tortilla que el abuelo le preparaba, gorda y esponjosa, y su buena bota de agua fresquita, y se puso a comer con unas ganas locas; y se puso hasta las trancas, como se suele decir.

Se echó sobre la roca, echando el eructo más grande de sus días; pero de pronto se derrumbó la pared y cayó para dentro de la roca. Rodó y rodó... pero él se reía como un loco ¡Ajajajajaja! ¡Ajajajajaja!

Exclamando: ¡Pero qué es esto!

La cueva tenía dos metros más o menos de grande y de honda, casi lo mismo.

Francisquito se levantó y mirando a su alrededor, vio que allí, en el fondo, había una virgen cita; no más grande de cincuenta centímetros, con unas pulseras que parecían de oro, y un manto de seda blanco luminoso.

La imagen era preciosa y entre sus brazos tenía una vara de dos metros, que ayudaba para que no pudiera caerse; otro gran manto labrado en oro estaba posado a los pies de la imagen.


Francisquito se puso de rodillas, y le pidió a la virgen cita, que ayudará a su madre a que se pusiera buena.

Pasó la tarde y Francisquito no quería dejar allí a la virgen cita; así que la cogió con el manto dorado y la envolvió.  y la metió en la mochila.

Pero el tiempo transcurrió pronto, y llegó la noche; así pues, con su vara en la mano, le dijo a su buen perro Pinto: Amigo en la oscuridad, no veo ni torta, así que tendrás que guiarnos.

Le toco con la vara que cogió de la virgen, y el perro ladró a sus ovejas y las reunió a todas y marcharon a la casa.

Pasó algún tiempo, y ya se veía la luz de la casa a lo lejos; el abuelo estaba de lo más preocupado; pero ya se sentían las ovejas regresar y se tranquilizó.

Francisquito las metió en el corral y fue a ver a su madre; se acercó a la cama y ella de pronto se sentó y le dijo:


¡Hijo mío, me tenías muy asustada!

Ya lo sé, mamá, es que se me pasó el tiempo, y como estaba más lejos, no calcule la distancia.

Se abrazó a la madre, y bueno, no paso más.

A la mañana siguiente, cuando Francisquito se levantó, el abuelo ya había ordeñado todas las ovejas y se dio cuenta, que tenía dieciséis borreguitos más, pues hasta esta mañana no se había percatado de ello.

Francisquito se dirigió a la cocina para coger su petate, y allí estaba su madre, sana como una pera. Él dijo: ¡Mamá!

La madre se volvió... ¡Hijo! Y lo abrazo con una fuerza tremenda.

Francisquito salió corriendo, pegando voces, exclamando: ¡Abuelo! ¡Abuelo!

El abuelo asustado se imaginó lo peor.

¿Qué pasa? ¿Qué pasa? - Mamá... ¡Es mamá!

¿Qué, que.? - Mira abuelo allí en la ventana.



El abuelo salió corriendo a la casa... allí estaba ella de pie; con uno de los vestidos más bonitos que tenía, pues nunca pudo lucirlos. El abuelo abrazó a su hija y preguntó: Hija, ¿Cómo es esto?,

¡Ay! No se papá ... mírame estoy perfectamente, ya lo ves.


Saltaron de alegría, y ese día se lo tomaron de descanso; sacaron a las ovejas que estuvieran por la finca sueltas y celebraron una gran fiesta.

Francisquito se dio cuenta, que eso fue un milagro de la virgen. Él la había subido a su cuarto y corriendo hacia donde Ella le dijo:

¡Gracias, virgen cita por curar a mi mamá! Aquí tienes un vaso de leche, de la más buena de las ovejas... y luego bajó de nuevo al lado de su mamá.

Ya abajo le dijo: ¡Mamá...!Ven, ven!

¿Qué quieres hijo?

- Ven a mi cuarto, te enseñaré algo.

Subieron los dos, y cuando ella vio esa virgen que irradiaba luz propia, se arrodilló dando gracias al cielo por estar en su casa.


La madre le contó a Francisquito:

Cuando era pequeña, en tiempos de guerra, el párroco escondió la virgen, en un sitio que nadie sabía; pero cuando el párroco entró ese día al pueblo, una bala traicionera le reventó el corazón; cayendo al suelo fulminado, y desde entonces jamás se supo nada de la virgen.

Así que la tuvieron muchos días en casa... Francisquito seguía con sus ovejas.

Yendo a la sierra.

 Un día, al atardecer, en una hondonada, unos lobos decidieron hacerle a Francisquito una emboscada.

Ya de vuelta él se puso a pensar que, antes, allí jamás hubo lobos.

Francisquito con su perro y su vara, fue matando y matando a los lobos; eran seis muy grandes, pero esa vara tenía poderes; pues con un solo latigazo a un lobo mataba.



Cuando llegó a la casa, el abuelo le dijo:

¡¡Hijo, los lobos han matado bastantes animales de los alrededores, y son muy peligrosos, menos mal que tú estás bien.!!

Él le respondió:¿Abuelo, yo he matado a seis lobos que nos han atacado.?


El abuelo le creyó, pues aunque parecía una historia producto de la imaginación fantástica de un niño... Francisquito jamás dijo una mentira.

Se dirigieron al mesón del pueblo, allí estaban todos los hombres reunidos; dispuestos a hacer una batida, esa misma noche.

Era una noche de esas oscuras y frías, cuando llegaron... Francisquito les dijo:

Ya no debéis de preocuparos ¡Los lobos están muertos! ¡Yo los he matado!

La verdad es que eso era difícil de creer y todos lo de la cantina empezaron a reír. !Ajajaja!!Ajajaja!

¡Qué bueno! Decían unos... y nadie estaba conforme. Se creía que Francisquito había perdido la cabeza, así que todos con las antorchas se dirigieron a la hondonada del camino, y si era cierto... allí estaban los lobos todos muertos.

Cogieron a hombros a Francisquito, y lo llevaron hasta el pueblo. 

Allí se corrió la más grande de las fiestas, llamaron a todas las mujeres del entorno. Corrió el vino y la comida a reales; nadie pensó quién pagaría aquello, pero hasta el alcalde estuvo esa noche, junto con los alguaciles, entre otros... Cantando y bailando.
Ya sobre las diez de la noche, se abre la puerta del mesón, y entró la madre de Francisquito, con su vestido más bonito... estaba radiante; hermoso como ella misma.

De pronto todo se quedó en el más grande de los silencios, Francisquito dijo:

¡Mamá!

La madre alzó un bulto que llevaba en las manos, quitándole un paño que lo cubría... era la virgen del pueblo, todos asombrados dijeron:

¡Viva la virgen! ¡Viva la madre de Francisquito!

- Todos exclamando: ¡Viva! ¡Viva!



Fue precioso ese momento... aplaudieron todos, eso fue la bomba. El alcalde mandó sacar esa misma noche todos los cohetes; ese iba a hacer el primer día de feria, para todo el pueblo.

Desde entonces, todos los años es fiesta el 1 de abril; Día de la virgen del pueblo, y la sacan en procesión todos los años.

 La cual, termina en el mesón y cuando acaba la celebración, vuelve a la antigua iglesia del pueblo.

Y así acaba esta historia, fruto de esta mente, llena de fantasía.

- Fin -


Enrique Nieto Rubio
*Derechos Reservados*
Colabora en imágenes,
 Silvia Regina Cossio Camara.

Un beso para todos los que lean mi historia.
Solo es un hermoso regalo.

viernes, 25 de octubre de 2013

..Soledad, de Enricostro.




Soledad, que embarga mi sentir, 
cuando pienso en tus sueños, 
los míos sienten a morir, 
Pues tanto la deseo, 
que me ahoga mi sentir. 

Soledad del alma mía, 
que no me quieres dejar, 
y ahogas mi sonrisa, 
en un profundo y,
 desolador llanto de pesar. 
¡Oh! Soledad del alma mía, 
que ya vives en mí, 
y me tienes prisionero, 
robándome mi sentir. 


Tú... mi triste soledad, 
que no me dejas andar, 
para poder avanzar, 
pues avanzando se hace el camino, 
para una esperanza encontrar. 


Tú me oprimes el destino, 
y no puedo recordar,
 donde nacen mis caricias, 
donde nace mi soñar,
 donde viven los deseos,
 de este amor que me disloca.


Tú me haces prisionero,
 de vivir entre tu boca, 
labios llenos de deseos...
que enmudecen entre sombras, 

¡Oh! Soledad del alma mía,
 ¡Es mi triste soledad.! 

Enrique Nieto Rubio 
<Derechos Reservados>
Colabora en imágenes,
Silvia Regina Cossio Cámara.

lunes, 21 de octubre de 2013

..Carta envenenada de Enricostro.


Hola mi amor... visto que me es imposible, 
resistirme ante tus encantos fotográficos, 
mis deseos hacia ti son cada vez más intensos.
Te amo y esto no lo cambia nadie, 
si ya eres para mí el viento de la mañana, 
mi aperitivo en la sobremesa; 
mi desayuno al levantarme.
Y si es al anochecer eres todos mis sueños juntos, 
te deseo a morir, y cuanto más te miro más te deseo, 
no me puedo resistir.
Lo mismo camino hacia tu hogar y te rescato, 
de las garras del destino... 
que lo mismo no era el mío, 
y te haría el amor intensamente hasta la muerte.
Sí... supongo que sería mi muerte, 
pues como dos caballitos del diablo, 
o Santa Teresita, como se conoce también, 
te haría el amor tan intenso.
Que tu la muerte me dieras después. 
para así vivir la eternidad junto a ti, 
no me pidas que me vaya, 
no me digas la verdad.

Que vivir en la mentira, 
es cosa de bienestar, 
no me pidas que me aleje, 
pues sin ti me moriré.
Déjame estar contigo, 
amada de mi querer, 
pues sin ti mi amor se muere, 
pues sin ti no sé vivir.
Pues sin ti mi alma se pierde, 
en las sombras del sufrir, 
no me pidas que me aleje, 
que después no sabré volver.
Me provocarás la muerte, 
princesa de mi querer, 
cuántas veces yo te amé, 
y me decías que sí.
Ahora me das la muerte, 
y no me quieres sentir, 
que ya vives con otro, 
y que yo ya no soy nada.
Y me cierras la puerta, 
dejándome en soledad, 
yo maldigo a la suerte, 
de ese que te encontró.
Apartándome de tus redes, 
dejándome sin pasión, 
ahora ya vivo la muerte, 
rosa de mi corazón.
Enrique Nieto Rubio.
<Derechos de Autor>
Colabora en imágenes,
 Silvia Regina Cossio Cámara.

viernes, 18 de octubre de 2013

..Con una niña de Enricostro.


Con una niña va caminando,
por la senda de la vida...
Cantando cosas hermosas, 
canciones con alegría.



Al cruzar nuestros caminos,
me acerqué y le pregunté, 
¿Dime el porqué, de tanta alegría? 
Ella me respondió:

¿No lo ves?
Es mi niña... el alma mía, 
que me llena de ilusión y 
que me da una nueva vida.


Es que me muero por ella...
Es la luz de una nueva alegría, 
y un nuevo renacer, 
para otros nuevos días.


Y cantando se marchó,
esta señora divina, 
con esa carita hermosa 
llena de paz y de vida.





Enrique Nieto Rubio
*Derechos de Autor*
Colabora en imágenes,
 Silvia Regina Cossio Cámara.