Un día aquí, en La Línea, un 9 de agosto, hacía un calor infernal, de pronto se levantó un vendaval tremendo, los árboles parecían desmontarse, sus hojas volaban fuertemente, el polvo se levantó y casi parecía de noche.
Cuando eran las cinco de la tarde, todo se veía nublado y el aire sucio se lo llevaba todo, así a la media hora todo se aplacó y como si nada.
El sol seguía machacando a todo cuanto había en la calle. Kilómetros más allá, una pobre cucaracha quedó embarrancada entre arena y piedras, sin apenas vegetación.
Allí sólita y con un par de piernas rotas se veía morir. Poco más adelante pasó lo mismo con un cantarín grillo, que por su mala suerte se lo llevó el vendaval también.
El grillo desconcertado consiguió sacudirse la arena que envolvía todo su cuerpo.
¡Ufff! Parecía que era el fin del mundo.
Menos mal, que cuando me llevaba el viento, conseguí meterme en un tapón de botella; que si no, no las cuento... pensaba para sus adentros el grillo.
Así comenzó a andar, este grillo, buscando un sitio donde resguardarse de la calor.
Divisó a lo lejos, una pequeña roca y algunas ramillas, así que hacía allá fue.
Cuando llegó, vio una cucaracha malherida.
La cucaracha le gritó:
¡Socorro Me puedes ayudar, estoy herida y no puedo caminar!
Era una dulce y preciosa cucaracha joven. Así el grillo que era todo un galán, le dijo:
¡No te preocupes, te ayudaré! ¿Sí?
La tomó en brazos y se la llevó a un rincón que había en la roca... un agujero como un puño le vino, maravillosamente, a los dos.
Se presentaron y se contaron todo lo que les había pasado, pues los dos venían del mismo sitio; pero que no sabían donde estaban... suponían, que en el fin del mundo.
El señor grillo cogió de su frac, unas tiras y con unos palitos vendó las patitas de esa linda cucaracha.
Cuando llegó la noche, la temperatura cayó bajo cero. El grillo se acurrucó con la cucaracha que entró en fiebre y temblaba mucho.
La abrasó y rascando con sus patitas traseras, consiguió enterrarse en la arena que estaba calentita... así pasaron la noche.
Al día siguiente el señor grillo, salió a ver que podía encontrar de comer. Poco más adelante vio un matorral de fresas salvajes, y los ojillos se le encharcaron de lágrimas.
Al ver el hermoso arbusto, cogió una de las frutas y volvió con la cucaracha que no se podía ni mover,
¡Hola, buenos días, cómo estás esta mañana!
¡¡Gracias a ti, amigo, estoy mucho mejor!!
¡Tienes hambre!
¡¡Oh sí, mucha, estoy casi desmayada.!!
¡Pues mira lo que traigo!
¡¡Fresas, oh, qué ricas!!
Así muy contentos, ambos desayunaron y se quedaron muy a gusto. El señor grillo sacó su violín... pero antes le preguntó a la cucaracha:
¡Te gusta la música!
¡¡Sí mucho!!
El grillo comenzó a tocar su violín y le dio una serenata muy buena. A media tarde subió mucho más la temperatura; y quedaron en su agujero para dormir la siesta... así hasta la noche.
Cuando despertaron aún era de noche, por lo que el señor grillo continuó tocando unas baladas maravillosas, y ella muy atenta veía como ese grillo... era todo lo que anhelaba en este mundo, ¡no le importaba nada más!
Así se tiraron muchos días, hasta que ella ya estaba recuperada del todo.
Juntos se la pasaban fenomenal, pues jugaban y se revolcaban por las arenas aquellas... riendo y abrazándose, que de pronto llego el amor.
Sí, era un amor de esos que, uno es para el otro y el otro para uno. Dos amores en uno, sin prejuicios ni temores.
Con el transcurrir del tiempo, tuvieron muchos cucagrillos... muy preciosos de verdad.
Todos heredaron el gústo de papá grillo con el violín, formaron una orquesta maravillosa, y por las noches bajo el manto del cielo estrellado...
Juntos entonaban hermosas melodías... que con sus lindas notas, atraían a los vecinos de todos los sitios aledaños, quienes les dieron la bienvenida a su nuevo hogar.
- Fin -
Enrique Nieto Rubio
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