El Montañés, (reto de Enricostro, cuentos)
En los Alpes, unos montañeros, decidieron por una gran firma.
Cartografiar todo, todo el valle y la montaña.
salieron de madrugada. Era una montañera y dos montañeses más.
Cuando se adentraron, en aquella inmensa montaña. Una gran borrasca, se veía venir.
Pero ya estaban demasiados avanzados, para retroceder. Así que subieron un poco más, entre una gran niebla, que apenas si se veía nada.
El montañés guía divisó un poco más arriba una entrada a una cueva, Así que se decidieron a entrar, era muy honda, y oscura. Así que encendieron las linternas y buscaron un sitio, para acampar allí.
Y pasaron la tarde, el viento soplaba como si estuviera endemoniado y el agua entraba varios metros hacia dentro. Así que buscaron algo más hondo.
Encontraron, algunas maderas, para quemar.
Pero cuando fueron a encenderla, vieron un gran oso durmiendo más al fondo.
Así que ni podían salir, ni podían despertar a aquel oso tan inmenso.
Procuraron no hacer ruido. Pero estaban aterrados, no sabían qué hacer.
Decidieron arriesgarse, en otra entrada, que se bifurcan, al margen derecho y entraron por allí.
Aquello era muy hondo, parecía no tener fin, uno de ellos tropezó y con una piedra de filo. Se destrozó la rodilla.
En este grito, de dolor, despertó al oso, que dio un gran gruñido, ellos se echaron a temblar.
Con un cansancio y con este hombre herido, que nada menos era el guía.
la chica y el otro chico, decidieron liarles unas vendas y unas curas, pues ella era licenciada en medicina.
y le hizo un buen apaño. Pero tenían que transportarlo entre ellos dos. Y así lo hicieron.
El gran oso decidió echar a andar, de tras de ellos, pero iba de tranquilo, parecía como si fuera curiosidad.
Ellos aligeraron el paso, pues en tanta oscuridad, solo se escuchaba, el aliento de aquel gran oso.
Anduvieron toda la noche, arrastrando al compañero, estaban ya extenuados. No podían más.
Más adentro había otra bifurcación y sin pensarlo la tomaron, ya el oso apenas si se oía.
Entonces ellos decidieron, descansar.
Se acurrucaron como pudieron, pues hacía un frío de muerte.
No se sabe, las horas, que estuvieron durmiendo, pero, fueron bastantes. Pues cuando despertaron, se encontraban muy bien.
aunque el herido tenía fiebre, y llevaban un buen botiquín. Le dieron varios antibióticos, en pastillas, para calmar su dolor.
Siguieron caminando, sin saber por dónde ir,
cuando toparon con el final de la cueva. Este hombre lloraba de dolor, por la pierna, y de pronto el oso detrás.
Ya estaban perdidos, a solo cinco metros lo tenían y no tenían armas siquiera.
Quedaron todos quietos, a que este oso los devorara a bocados y a manotazos, con sus zarpas
De pronto, este oso, viéndolos aterrados, no encontró ningún peligro en ellos.
Pues se tumbó delante de ellos y como revolcándose en el suelo, para un lado y para el otro.
Como si no les importaran ellos.
Después este oso, se acercó, despacio al herido y oliendo su herida, lamió la pierna sin más.
Ellos con las linternas, encendida, no salían de su asombro, con este oso.
Este dio un gruñido y se volvió,
como diciendo, seguirme hasta la salida.
pocos metros adelante, en el otro pasillo, vieron una luz, y avanzando hacia aquella luz.
El oso desapareció por otro sitio.
por fin la salida estaba allí, era una salida de un desfiladero cuesta abajo. Y a unos dos o tres kilómetros, se divisaba un hotel o algo así, pues la tormenta había aflojado.
Sacaron un móvil y desde allí llamarón a urgencias, que pocos minutos después, apareció un helicóptero y lo socorrieron.
Ellos bajaron andando, al hotel.
Se sentaron en una de aquellas mesas, a comer algo.
Estuvieron comentando, lo del oso aquel, mientras el camarero les decía, que por allí no había ningún oso,
mientras, se quedó con la boca abierta, el Montañés.
Enrique Nieto Rubio.
derechos de autor.
.DR.P.DOIM.V.,OO.98.