La rata ancianita de Enricostro
érase una vez en un castillo
Por entonces tenían muchos creados, ellos eran los Duques de chichi nabo.
Vivían a lo grande y los críados, dormían en los sótanos cerca de la caldera, bueno allí se estaba muy calentito, y el Duque que vivía en lo más alto, siempre que tenía frío en vez de acurrucarse con la duquesa, que ella sí que tenía calorías,
que no se entere nadie, era como una bombona gigante pero muy torneada...
pero eso no nos importa verdad...
a lo que vamos yo soy esa ratita anciana, hoy y os escribo este cuento para que sepáis los secretos de esta casa.
Nosotros, vivimos aún más abajo y más calentitos, pues mi marido sí que era friolero, además, de ser un canijo de aúpa...
Arriba en la cocina sobraba la comida, a espuertas y se tiraba todos los días cientos de kilos, aunque no se tiraba nada, pues lo que pillábamos nosotros y lo que se llevaba el mayordomo, que era todo, este sí que fue un, listillo,
Saben se hizo millonario, pues con todo lo que sobraba y lo que él arramplába.
Cerca del castillo él tenía una granja que era de sus padres, y criaba de todo, tenía unos cerdos de dos metros de grandes y unas gallinas que ponían unos huevos ufff qué grandes y hermosos...
A lo que vamos, en sus mejores años el Duque todas las noches se la pasaba con una doncella que estaba de muerte, siempre le buscaba las vueltas, al duque, y la pillaba en aquella bañera en pelotas picada, ella se lo afeitaba todo, pues gustaba de ser comida entera.
Mi marido acostumbraba a espiarlos, bueno, él decía que vigilaba…
Claro, el duque, con ropa y todo, se tiraba encima y siempre se la comía enterita.
Esto era día sí y día también.
Un día la duquesa, que carecía de entretenimiento, se dedicaba a espiar, a la servidumbre, y pillo al mayordomo llevándose los desperdicios a su granja y lo siguió...
Este llevaba la carretilla llena, como era cerca, no tardaría mucho, además de pillar a su marido de pasada, fornicando con aquella mujer.
Pero le dio lo mismo. Pues ellos no lo hacían desde hacía muchos años, que su hija se fue a Francia a estudiar, y ya no vendría, pues era la más pequeña de los ocho hijos que tuvieron.
A lo que vamos, mientras el mayordomo echaba la comida a los cerdos, ella apareció de repente, frente a él, al otro lado de la vaya, él con los ojos desencajados, no supo qué decir quedando estarcido.
Ella le quiso dar un escarmiento, y despacio se fue quitando ropa, y la fue tirando entre los cerdos, que entre ellos se devoraban la ropa, comiéndosela todo el sujetador y las enaguas ya solo le faltaban esas tremendas bragas, que también se las comieron los cerdos...
Así que ella, se echó entre la paja, y le dijo ven que tenemos que ajustar las cuentas.
Bueno, después de todo el mayordomo hacía tiempo que tampoco se comía una rosca, así que se tiró encima y ella se abrió de piernas, y aquello parecía el túnel del tiempo, pero esos pechotes, eran tremendos que llenos de paja, él no desperdició ni un milímetro.
Así hasta terminar extasiado, pues ella no tenía hartura y estuvieron hasta tarde...
Él le dio unas sábanas, y se cubrió entera, pues iba desnuda al castillo, que el mayordomo la metió por su salida secreta.
Llegó a su dormitorio, se metió en el baño tan ricamente, que ese baño le supo a gloria, tocó la campanita del mayordomo para que él subiera, entró a sus aposentos y desnuda en aquella bañera gigante, hecha de bronce fundido,
le dijo: ven acércate, el mayordomo se acercó y mirando aquel almejón dijo quería algo la señora,
sí que me he dejado allí el jabón, y cuando fue a dárselo ella tiró de él, metiéndolo dentro, ya no te me escapas bribón…
Pelearon amorosamente y ya empapado, ella lo sacó de un empujón fuera, y riéndose a carcajadas, le dijo:¡esta noche te quiero aquí sobre las diez!
Así que esto es lo que me contaba mi marido, y claro, yo me ponía cachonda, y lo pagaba con él, que también venía verraco de ver tanto sexo...
Así pasó muchos años, se hicieron muy mayores, un día el duque murió y estaba empalmado, se supuso que estaría con alguien, pero nadie dijo nada, se la doblaron y lo metieron en una caja de pino, eso sí, la caja olía maravillosamente a piñones.
Ella murió pocos años después, y hasta hoy, como ya no había comida ni nadie que la pusiera, mis híjos se fueron marchando y ya me ven. Con mis libros, me paso los días y escribiendo a todos mis hijos, qué otra cosa no me apetece hacer bueno, de vez en cuando llega paco, una rata vecina que es de mi edad y nos contamos nuestras batallas, que alguna vez se me pone meloso y tengo que arrearle meneíto ja, ja, ja,
fin.
Enrique Nieto Rubio.
derechos de autor.
relatos.
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